Por: Ignacio Espinoza Godoy
Las personas, consciente e inconscientemente, somos muy dadas a hacer planes de todo tipo, desde aquellos que plasmamos el mismo día en una agenda o un día antes, o aquellos en los que dejamos volar la imaginación y vemos, en una perspectiva futurista, lo que -según nosotros- nos depara la vida para el año entrante o transcurridos cinco, diez o hasta veinte años.
Esa costumbre de planear lo que deseamos tiene una relación directa e intrínseca del ser humano por aspirar a mejorar su estatus laboral, social, personal y familiar, por lo que si partimos de esta premisa, empezaremos por aclarar que hacer planes es una actividad positiva que nos motiva a seguir adelante en todo lo que emprendamos.
Quizá este hábito de hacer planes viene incluido en nuestro paquete genético, pues desde que nacemos somos testigos de cómo nuestros padres se forjan muchas ilusiones con respecto a nuestro futuro, por lo que empiezan a formar nuestra personalidad con el nombre que, a su parecer, refleja nuestro carácter, no obstante que no siempre es del agrado de todos.
Así, conforme vamos creciendo, somos testigos y, en cierta forma, conejillos de Indias respecto de nuestro entorno educativo, luego de que somos inscritos en la escuela de su elección, aunque, en algunos casos -casi siempre a partir de secundaria- somos tomados en cuenta sobre el plantel al que queremos ingresar, y a partir de ese nivel, por lo general -aunque no siempre sucede así- tenemos la total decisión sobre la carrera que deseamos estudiar.
Una vez que llegamos a la etapa de adultos, asumimos que ya tenemos la madurez suficiente para tomar muchas de las decisiones que determinarán el rumbo de nuestra vida, y así llegamos a la conclusión de que nuestros padres sólo tienen la responsabilidad de proveernos de lo indispensable para diseñar nuestro propio proyecto de vida, a partir de lo que sentimos, lo que deseamos y lo que tenemos para hacer realidad los primeros planes sin la ayuda de los progenitores.
Por supuesto que, normalmente, casi como regla no escrita, a la vuelta de la esquina y sin que tengan que pasar siquiera años, nos percatamos de que los planes que ideamos para "nuestra" vida no son tan fáciles de concretar porque el mundo se opone a cada decisión que tomamos y en cada paso que damos.
Lamentablemente, no siempre atribuimos esos "pequeños" inconvenientes (porque nos oponemos a reconocerlos como fracasos) a la falta de experiencia, de visión, de madurez, de cordura, de sensatez, de prudencia, en fin todo aquello que se va adquiriendo con el paso del tiempo y procurando no cometer el mismo error dos veces, o lo que es lo mismo, sin tropezarse dos veces con la misma piedra, como se diría coloquialmente.
Lo bueno de equivocarse -aunque a veces pasan años para admitirlo- es que reconociendo las fallas es como vamos aprendiendo que los planes, por mucho que cuidemos los detalles, no siempre se concretan como fueron diseñados inicialmente, por lo que sobre la marcha podemos adecuarlos y modificarlos para llegar a la meta trazada.
Hacemos planes a menudo porque una persona sin planes es como alguien que, si bien vive al día, no tiene ambiciones de progresar, de crecer, de avanzar en todos los aspectos, porque siempre habrá algún motivo o aliciente para pensar qué vamos a hacer mañana, la semana entrante; qué futuro queremos para nuestros hijos; qué esperamos para nuestra vejez, si es que llegamos a esa etapa.
La lista de planes y objetivos es interminable como extensa es la gama de pensamientos de cada uno de nosotros; por ejemplo, nuestros hijos tal vez sólo piensan en jugar y continuar estudiando en los siguientes niveles, mientras que los padres planeamos la forma en que vamos a costear su preparación académica.
Sabemos que los hijos necesitan quien los guíe para alcanzar sus planes, al menos mientras están bajo nuestro techo y con nuestra custodia, por lo que buscamos ayudarles a que tomen las mejores decisiones, o bien, las dejamos en sus manos para que ellos asuman sus aciertos pero también sus errores como parte de lo que les espera cuando llegue el momento de que se independicen del lecho materno.
Por ello, estimado lector, hacer planes -de corto, mediano o largo plazos- es una sana costumbre, un buen hábito, siempre y cuando estemos conscientes de que esos planes no siempre encontrarán la culminación en el tiempo y la forma esperados; sin embargo, el objetivo es tener metas que cumplir para crecer y seguir teniendo motivos para vivir, en pos de algo o alguien que nos impulse a continuar dando pasos en busca de lo que deseamos ser para seguir dando a los demás un poco de lo que tenemos.
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