La familia, esa institución natural creada por Dios, está formada por el padre, la madre y los hijos. Es la familia nuclear. Padre y madre provienen, cada uno, de otras familias nucleares, donde los abuelos y los tíos las formaban.
La familia es una comunidad de amor, originada por el amor mutuo de los padres y por la decisión que ellos libremente tomaron el día de su boda. Es una comunidad formada por varias personas, padres e hijos, que se relacionan todos entre sí.
LAS RELACIONES ENTRE LOS ESPOSOSLa primera relación familiar es entre los cónyuges. Es una relación entre dos personas que, libre y voluntariamente, por amor, decidieron unir sus vidas para formar una nueva familia, y que se han comprometido ante Dios Nuestro Señor, a amarse y respetarse todos los días de la vida. Esta unión es bendecida por el mismo Jesucristo a través del sacramento del matrimonio.
La armonía familiar depende de que esta relación sea amorosa, amable y sólida. Si los esposos se aman, se comprenden y se apoyan mutuamente, la unión familiar se dará. Cada uno de ellos aportará al matrimonio y a la familia su riqueza personal, él como hombre, ella, como mujer.
Si esa relación conyugal brilla por la entrega, la generosidad y el amor, los hijos crecerán sanamente, llenos de seguridad, pues saben que sus padres se aman.
Desgraciadamente, en muchos matrimonios, se olvida la relación conyugal como base de la armonía familiar, se olvidan de que primero son esposos, antes que ser padres. Se centran en ser padre o madre y destruyen su matrimonio y a la familia entera.
La relación conyugal mantiene el diálogo entre esposos, aumenta el cariño, el amor, la ternura y la confianza. Si padre y madre están unidos como esposos y como padres, la familia quedará revestida del verdadero amor, y los hijos crecerán aprendiendo a amar al ver el amor de sus padres.
LAS RELACIONES DE LOS PADRES CON LOS HIJOSPara que los hijos se sientan amados y aceptados en la familia, hay que dedicarles un tiempo especial. Convivir con ellos. El padre con todos y cada uno de los hijos, al igual que la madre. Cada hijo es una persona única e irrepetible y necesita atención personal.
Ser cariñoso y atento con todos y cada uno de los hijos. Cuando los padres lleguen del trabajo o de otras actividades, aunque estén cansados, jugar con ellos, escucharlos, atenderlos. Que se sientan amados y aceptados. ¡Que descubran en el rostro de sus padres la alegría y el deseo de estar con ellos!. Cuando un hijo se siente rechazado por el padre o la madre, sufrirá mucho en las diferentes etapas de su vida.
Que esa relación esté llena de cariño, paciencia, interés, amabilidad, detalles. No dejar que la comodidad, la flojera o el egoísmo dominen sobre estos sentimientos. Si los padres están cansados, pedirle a Dios fuerzas para darle el mejor tiempo a los hijos.
Aceptar a los hijos tal cual son, con sus cualidades y sus defectos; dar gracias a Dios por tenerlos, ser cariñosos, afectuosos, amorosos; respetarlos, comprenderlos y tenerles mucha paciencia.
Ser responsables de su educación, ser justos con ellos y tratarlos según su edad.
Deberes de los padres El papel de los padres en la educación de sus hijos tiene tanto peso que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Lo que sus padres no hagan por ellos, nada ni nadie lo hará. De ahí que el derecho y el deber de los padres de educar a sus hijos sean la primera obligación que no se la pueden delegar a nadie. Ellos son los que deben realizarla.
Para llevar a cabo esta educación a los hijos, los padres deben de verlos como hijos de Dios, como imágenes y semejanza de Dios. Más aún, ver al mismo Jesucristo en ellos:
Nos dice San Mateo:
Porque tuve hambre, y ustedes me alimentaron; tuve sed y ustedes me dieron de beber;... Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber,... ? ... En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de estos más pequeños, a mí me lo hicieron. Así, al ver a Jesucristo mismo en esas caritas inocentes de los hijos, los padres de familia los educarán respetando ante todo su dignidad como personas.
Los padres son los primeros responsables de la educación de sus hijos. Al crear el hogar adquieren esta responsabilidad. Por tanto, un hogar, especialmente si es cristiano, tendrá como normas a la ternura entre todos sus miembros, el perdón sincero y amoroso ante los errores, el respeto en el trato entre todos, la fidelidad y el servicio desinteresado a los demás miembros del hogar.
a)La educación de las virtudes El lugar más apropiado para que los hijos crezcan en las virtudes es la familia. Será necesario su esfuerzo constante y asiduo por dar buen ejemplo constantemente. Pues es parte de su gran responsabilidad. Pero, ¿cómo podrán los padres educar a sus hijos en algunas virtudes que ellos mismos no tengan, si se ha dicho que es fundamental educar con el ejemplo?. No es necesario ser perfecto. Basta a los hijos ver que los padres también se esfuerzan en practicar esa virtud. El ejemplo del esfuerzo es lo que arrastrará a los hijos.
Al reconocer ante los hijos los propios defectos, un padre de familia se hace más apto para guiarlos y corregirlos.
Nos dice la Sagrada Escritura:
“El que ama a su hijo, le corrige sin cesar... el que enseña a su hijo, sacará provecho de él” (Si 30, 1-2).
“Padres, no exasperéis a vuestros hijos, sino formadlos más bien mediante la instrucción y la corrección según el Señor” (Ef 6,4).
El hogar es un medio natural para que los hijos aprendan a vivir en sociedad. Aprovechen los padres esta realidad para enseñar a sus hijos a guardarse de los peligros, riesgos y degradaciones que amenazan a las sociedades humanas.
b)La educación en la fe Por la gracia del sacramento del matrimonio, los padres han recibido la responsabilidad y el privilegio de evangelizar a sus hijos. Los papás serán los primeros mensajeros de la fe para sus hijos. ¡Qué hermoso es ver a una madre y a un padre que, desde los primeros años de vida de su hijo, le empiezan a hablar de Dios! ¡Qué alegría le da al Señor ver a aquellos niños muy pequeños acercarse a Él en la Iglesia y mandarle un beso cariñoso! ¡Benditos los padres que van introduciendo poco a poco a sus hijos al contacto personal con Dios!
¿Cómo será la vida de fe del niño cuando sea adulto? Será según los cimientos que sus padres le dieron de niño.
Los padres tienen la misión de enseñar a sus hijos a orar y a descubrir su vocación de hijos de Dios. Así, en ese contacto con Dios, la familia crecerá como cristianos. ¡La familia que reza unida, permanecerá unida!.
c)Proveer a las necesidades físicas y espirituales de los hijos El respeto y el afecto de los padres se traducen, durante la infancia de los hijos, ante todo en el cuidado y la atención que consagran para educar a sus hijos, y para proveer a sus necesidades físicas y espirituales.
No basta procrear a los hijos. Es necesario proveerles de todo lo necesario para que puedan desarrollarse integralmente como personas. Esfuércense los padres en dar a sus hijos, en la medida de sus posibilidades, todo lo que requieran: casa, comida, sustento. No escatimen los esfuerzos para lograrlo.
Dentro de las necesidades espirituales se encuentra el enseñar a los niños a pensar bien, para que sean capaces de decidir por lo mejor. Esto es educarlos para la vida.
Finalmente, será deber de los padres, apoyar a sus hijos cuando sean mayores al elegir su profesión y estado de vida. Ellos decidirán lo que crean más conveniente, siempre que sea algo honesto. En esos momentos, los padres, en un ambiente de confianza y respeto, den sus consejos y pareceres a los hijos. Al igual, no presionen a sus hijos en la elección de su futuro cónyuge. Sin embargo, ayuden a sus hijos con consejos juiciosos.
Deberes de los hijos Dado que la paternidad humana tiene su fuente en la paternidad divina, los hijos honren a sus padres. El respeto de los hijos a sus padres se nutre del afecto natural nacido de la familia. Es exigido por el precepto divino, el cuarto mandamiento de la ley de Dios: honrarás a tu padre y a tu madre
La piedad filial, es decir, el respeto a los padres, está hecho de gratitud para quienes con su amor, su trabajo y su vida, han traído a sus hijos al mundo y les han ayudado a crecer en estatura, en sabiduría y en gracia.
Recordemos lo que dice el libro del Eclesiástico, en las Sagradas Escrituras:
Con todo tu corazón honra a tu padre, y no olvides los dolores de tu madre. Recuerda que por ellos has nacido, ¿cómo les pagarás lo que contigo han hecho?. (Si. 7, 27-28).
El respeto de los hijos se expresa sobretodo en la docilidad y la obediencia verdaderas.
Guarda, hijo mío, el mandato de tu padre y no desprecies la lección de tu madre. Grábalos constantemente en tu corazón, cuélgalos a tu cuello. Ellos guiarán tus pasos, te velarán cuando duermas, y te hablarán al despertar (Proverbios 6,20-22).
Mientras el hijo vive con sus padres, debe obedecer a todo lo que éstos dispongan para su bien o el de la familia.
San Pablo en su carta a los colosenses:
Hijos, obedezcan en todo a sus padres, porque esto es grato a Dios en el Señor(Col. 3,20).
El cuarto mandamiento de la ley de Dios, recuerda a los hijos cuando ya sean mayores de edad su responsabilidad para con sus padres. En la medida de sus posibilidades han de prestarles toda la ayuda material y moral en los años de vejez y durante sus enfermedades, incluso en momentos de soledad y de abatimiento.
Nos dice la Sagrada Escritura:
El Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole. Quien honra a su padre expía sus pecados; como el que atesora es quien da gloria a su madre. Quien honra a su padre recibirá contento de sus hijos, y en el día de su oración será escuchado. Quien da gloria al padre vivirá largos días, obedece al Señor quien da sosiego a su madre (Si. 3,2-6).
Hijo, cuida de tu padre en su vejez, y en su vida no le causes tristeza. Aunque haya perdido la cabeza, sé indulgente, no le desprecies en la plenitud de tu vigor... Como blasfemo es el que abandona a su padre, maldito del Señor quien irrita a su madre (Si 3,12-13.16).
LAS RELACIONES ENTRE HERMANOSLos hermanos deben aprender a cultivar la solidaridad entre ellos. Los padres deben ayudar y fomentar el amor entre los hermanos, el respeto entre ellos y sobre todo, el sentido de amor por el más débil. Son los hermanos el principal sostén cuando uno de ellos pasa una dificultad económica, de salud o trabajo y si no aprenden a ayudarse desde pequeños, de mayores les será más difícil.
El gran fruto de las relaciones familiares será el amor, la confianza, el cariño, la unión familiar, la alegría de vivir.
Buscar el ejemplo de la Sagrada Familia: en la Biblia, en San Lucas 1-3, se puede observar a José dedicado a su familia, María educando a Jesús, y el niño Jesús sujeto a sus padres.
Contemplar la relación amorosa de Jesús con su Padre Celestial. Siempre dialogando con Él a través de la oración, contándole todas sus alegrías y sus penas. (Oración en el Huerto de Getsemaní: San Lucas 22, 39-46)