2008/03/10

Estudios de Especialistas I Parte


VIOLENCIA EN LA PAREJA: PARTICULARIDADES Y DINAMISMOS

Valentina Martínez M.
Carla Crempien R.
Cristián Walker L.


Definición

La comprensión de la violencia como una relación de abuso, en un contexto que supone amor y protección, que se inserta en un sistema de significados, valores y creencias sobre la familia, el poder, el ser hombre o mujer, adquiere ciertas particularidades que tienen que ver con la naturaleza de la relación en que ocurre, en este caso la relación de pareja.

La especificidad de este tipo de violencia intrafamiliar está dada por la particularidad del vínculo de la relación de pareja. Definido como “una relación entre dos personas que se inicia con la intención de durar, y que incluye necesariamente el vínculo sexual, aun cuando esté ausente del marco conductual”, (Del Río, M. y Jara, C., 1989). Lo que determina su carácter voluntario.

La pareja humana constituye una relación entre dos personas, que se juntan con el interés de vivir juntos, ligados por el sentimiento del amor o enamoramiento. Si bien, hombre y mujer que forman una pareja pueden ser los mismos actores que conforman la pareja parental en una familia, hemos de diferenciar al sistema pareja por tratarse de una organización distinta, con objetivos, emociones, conversaciones y acciones distintas a las del sistema familia. La principal diferencia en este sentido, provendría de la voluntariedad del vínculo y la paridad de quienes lo constituyen. (Coddou, Méndez, 1994).

La violencia conyugal ha sido definida como “un fenómeno social que ocurre en un grupo familiar, sea este el resultado de una unión consensual o legal y que consiste en el uso de medios instrumentales por parte del cónyuge o pareja para intimidar psicológica, física, intelectual y/o moralmente a su pareja, con el objeto de disipar según su arbitrio y necesidad, la vida familiar” (Larraín, S., 1993).

La violencia conyugal, constituye una de las modalidades más frecuentes y relevantes entre las categorías de la violencia intrafamiliar (Star, 1980, Roscoe y Benaske, 1985, Vila de Gerlic, 1988 en Azocar y otros, 1991)

La violencia en la pareja, puede ser unidireccional, en aquellos casos en los cuales un miembro de la pareja ejerce violencia y otro la recibe, las investigaciones señalan que dentro de la totalidad de fenómenos que constituyen la violencia conyugal en un 75% de éstos se da unidireccionalmente del hombre hacia la mujer. Sin embargo hay que aclarar que estas investigaciones definen la violencia en función de la presencia de manifestaciones conductuales y no en consideración a la relación de abuso. Según Corsi, estudios epidemiológicos mundiales señalan que el maltrato hacia el hombre, dentro del seno conyugal, representa el 2% de los casos (1991)

La violencia conyugal puede ser bidireccional o cruzada, esto hace referencia a aquellos casos en los cuales ambos miembros de la pareja se agreden mutuamente. según este mismo estudio mundial, se presentaría en un 23% de los casos.

Para analizar estos datos es necesario establecer la frecuencia, intensidad e impacto de la conducta, ya que no son homologables. Diversos estudios señalan que dado el mayor tamaño, fuerza y agresividad del hombre, hacen que un mismo acto, sea muy distinto en la cantidad de dolor y daño infringidos.

Soledad Larraín, quien ha llevado a cabo estudios de prevalencia del fenómeno en Chile y otros países de Latinoamérica, plantea que estas investigaciones han contribuido, por un lado, a legitimar el tema como un problema social, y por otra parte, han permitido algunos descubrimientos importantes, especialmente en lo que concierne a factores de riesgo. Entre estos menciona:

En primer lugar, que el espacio de mayor riesgo de una mujer para sufrir violencia es su propio hogar y, al estudiar las situaciones en que una mujer es agredida, se ha encontrado que el agresor es mayoritariamente su pareja, un familiar o un conocido, lo que no es así en el caso de los hombres, para quienes el espacio de mayor riesgo es la calle.

La pobreza, por otro lado, continúa siendo un factor de riesgo importante, al menos en lo que concierne a la violencia física, esto se relacionaría con el estrés social al que contribuyen factores como el hacinamiento, la inestabilidad laboral, el número de hijos, y otros. Las manifestaciones de violencia física en la pareja, tienden a concentrarse en familias pobres y la violencia psicológica tiende a concentrarse en sectores más acomodados.

Otro factor de riesgo y uno de los más significativos, es la historia de violencia que hayan tenido tanto el hombre como la mujer en sus respectivas familias de origen, hayan sido víctimas directas del maltrato o hayan sido testigos de violencia conyugal. Los datos muestran que la violencia se transmite de una generación a otra con los mismos índices.

Asi mismo, la investigación publicada en 1997 por el Centro de Atención y Prevención de Violencia Intrafamiliar de la Municipalidad de Santiago, describe una significativa correlación entre el aumento en intensidad y gravedad de las manifestaciones de violencia en una pareja y el antecedente de violencia intrafamiliar en sus familias de origen.

Por otro lado, la presencia de una estructura familiar rígida, con un alto grado de control entre sus miembros, y la adscripción a valores culturales que favorecen el tema de la jerarquía en la familia, serían también factores de riesgo de violencia intrafamiliar.

Larraín agrega, desde esta perspectiva, que es necesario para la intervención, distinguir entre los factores de riesgo más asociados a la iniciación de la violencia en una pareja - dentro de los que juega un importante rol, la propia historia de violencia - y aquellos más relacionados con su mantención, donde factores económicos y laborales de la mujer serían muy relevantes en su posibilidad de salir de la violencia o no. (Larraín, S., 2000).

Manifestaciones de violencia conyugal

Antes es necesario recordar la definición propuesta por Corsi, en cuanto a que por violencia intrafamiliar se entenderán “ todas las formas de abuso que tienen lugar entre los miembros de una familia”, entendiendo por abuso a toda acción u omisión que ocasiona daño físico o psicológico a otro miembro de la familia.

Recordemos también, que estamos hablando de violencia como una forma de relación (abusiva), que implica un conjunto de acciones, conductas y actitudes que se mantienen como estilo relacional imperante en la pareja y que son validadas y sostenidas por ciertas ideas y creencias de los distintos actores de la violencia (ver Ravazzola), a veces compartidas implícitamente por ellos, y que emergen en estructuras que favorecen las dinámicas mantenedoras del abuso..

Perrone y Nannini (1997), realizan una distinción interesante entre agresividad y violencia. En la primera, habría un sentido de definir el propio territorio y “hacer valer su derecho”, la violencia por el contrario, rompería los límites del propio territorio y del territorio de la otra persona, volviendo la relación confusa e invasiva. En este sentido, los autores señalan que la violencia “es una fuerza destructora de si mismo y del otro”, que conllevaría siempre sentimientos de coerción y peligro.

Las formas de abuso descritas por la literatura y frecuentemente observadas en parejas que viven violencia conyugal son:

Abuso físico: se refiere a las manifestaciones de violencia dirigidas al cuerpo de la otra persona y comprende diversas conductas, entre ellas, empujones, tirones de pelo, cachetadas, golpes con puños, golpes con objetos, patadas, palizas, quemaduras, etc. (Martínez, et.al., 1997).

Junto con el dolor y el daño que esta forma de abuso causa a quien la sufre, es importante detenerse en el sentido de trasgresión que ésta tiene, en la medida que implica una violenta invasión en el espacio más íntimo de la persona, su propio cuerpo, vulnerabilizando de esta manera, al máximo, la percepción de sus límites personales y su sentido del propio poder.

Una consideración acerca de este tipo de violencia, tiene que ver con el hecho de que con cierta frecuencia, este tipo de agresiones son realizadas de manera que no sean fácilmente visibles por otras personas, por ejemplo, en partes del cuerpo cubiertas por la ropa. Así mismo, las víctimas de abuso físico suelen, por distintos motivos, miedo y vergüenza, entre ellos, ocultar las huellas que este tipo de agresiones deja en sus cuerpos.


Abuso psicológico o emocional: son aquellas conductas que por acción u omisión, se orientan a causar temor, intimidar y controlar la conducta, los sentimientos y pensamientos de la persona agredida. Se pueden distinguir dentro de esta forma de abuso, los insultos, garabatos, las descalificaciones, amenazas, extorsiones, manipulaciones, el control y restricciones de la libertad personal, el abandono, etc. (Martínez, et. al., 1997).

En relación a la descripción de las distintas formas de abuso: físico, psicológico y otras, en forma aislada, es necesario señalar, que no es posible pensar en violencia física, por ejemplo, que no incluya en si misma la presencia de violencia psicológica. Todas las formas de agresión física implican temor, intimidación y un sentido de control sobre la persona agredida. El abuso psicológico en cambio, puede ocurrir en forma independiente, sin ser acompañado de otra manifestación de violencia.


Abuso sexual: consiste en la imposición de actos de orden sexual, contra la voluntad del otro (Corsi, J., 1994). Se incluyen en este tipo de violencia, las relaciones sexuales forzadas, la violación marital, el acoso o asedio sexual, la exposición a actividades sexuales no deseadas, la manipulación a través de la sexualidad, etc. (Martínez, et. al., 1997).

El abuso sexual en la pareja, ha sido considerada como la manifestación más grave de violencia conyugal, es un importante indicador de riesgo, así como también indica un mayor deterioro de la relación de pareja. Vulnera gravemente los límites personales, generando profundos sentimientos de confusión e indefensión en quienes sufren este tipo de abuso.


Abuso financiero: se refiere a las conductas orientadas a privar al otro de sus necesidades básicas y puede manifestarse a través de la privación económica, la extorsión, la apropiación de bienes o de dinero, entre otras.

Una forma frecuente de abuso financiero hacia la mujer, lo constituye el control económico cotidiano, en el que el cónyuge deja diariamente dinero insuficiente para cubrir necesidades de la mujer y/o del grupo familiar completo, lo que muchas veces está en función de controlar la movilidad de la mujer y su posibilidad de establecer contacto con el mundo externo. Esta forma se instala generalmente en relaciones caracterizadas por un fuerte nivel de dependencia, que forma parte de una dinámica más compleja en la que las personas perciben que no pueden salir de la situación de violencia o que no poseen en si mismas los recursos necesarios para hacerlo.

En cuanto a las distintas manifestaciones de abuso en la pareja, cabe recordar, que en su mayoría, éstas se ejercen en forma unidireccional, desde el hombre hacia la mujer, no obstante, hay un porcentaje de casos (23%, según investigaciones), en los que la violencia es bidireccional o cruzada en la pareja.

Sin embargo, y más allá de esta observación, es necesario volver a la mirada relacional de la violencia, la que reconociendo la responsabilidad en el ejercicio de las agresiones, enfatiza en la visibilización del circuito en que estas ocurren y de los actores que participan en ella. Este enfoque, permite reconocer distintas entradas al problema, resultando más esperanzador respecto de las posibilidades de cambio. Al respecto se ha señalado “... una relación de violencia llega a constituirse como un vínculo entre dos, ninguno de los cuales tiene medios a su alcance para modificar la relación. Esta distinción nos permite sacar el problema del campo de la guerra entre víctimas y victimarios, que si bien en algunos niveles es inevitable (por ejemplo en lo legal), en la perspectiva del cambio resulta mucho más rigidizador del problema.” (Gutiérrez, Martínez, Pereda, Pérez, 1994).


Características de las mujeres y hombres que viven violencia conyugal

Revisaremos en esta sección algunos aspectos del nivel individual de las personas- hombres y mujeres- que viven violencia en sus relaciones de pareja.

El nivel individual propuesto por Corsi para completar el modelo ecológico en la comprensión de la violencia intrafamiliar, nos lleva necesariamente a recoger la especificidad de los protagonistas de la violencia conyugal, en este sentido nos resulta significativo enfocar en el concepto de género.


Características de la mujer que vive violencia en la pareja

La mujer que vive violencia conyugal, tiende a ubicarse en un lugar secundario o postergado en sus relaciones, en este sentido se orienta a los otros, percibiéndose poco central o protagónica en los sistemas en que vive, lo que se relaciona con la interiorización de un estereotipo femenino rígido.

Por el contrario, atribuye a su pareja un gran poder, cree que él es dueño de la verdad, le atribuye autoridad y justifica los abusos, por un lado, porque siente que ella es responsable de ellos, y por otro lado, porque piensa que su pareja ha sido víctima de otros abusos y eso lo libera de la responsabilidad. (Ravazzola,1997).

En un nivel emocional, la mujer que vive violencia posee sentimientos de vergüenza, indefensión y desesperanza, sin embargo, de acuerdo a la idea de “doble ciego”, anteriormente revisada, lo que la mujer no registra y no ve que no ve, es su propio malestar y sufrimiento, tampoco visualiza el peligro y la desprotección a los que queda expuesta, ni sus capacidades para reaccionar o su derecho a defenderse, actuando la negación y normalización de la violencia.

La mujer siente la vergüenza por los actos de violencia de su pareja. Ravazzola ha llamado a esto ”delegaciones emocionales” en las que un miembro de la familia siente el malestar que debiera sentir otro.

La indefensión surge producto de los intentos fracasados de salida de la situación. La persona siente que nadie la puede ayudar. Junto con esto, se siente sin posibilidades de salir de la situación de violencia.

El miedo es una emoción frecuente en las personas que viven violencia. Este se relaciona con la vivencia de los episodios violentos, como en una idea hipertrofiada de la pareja que la abusa. Esta emoción generalmente actúa inmovilizando y en muchos casos les impide salir de la situación y buscar soluciones.

Las mujeres que viven violencia se sienten culpables de que el matrimonio no esté resultando. Muchas veces se atribuye responsabilidad de ser golpeada desde las mismas justificaciones que utiliza quien la agrede, reforzando sus conductas.

Las situaciones repetidas de abuso sobre todo ligado a las desconfirmaciones de su persona, refuerzan los sentimientos de desvalorización. Los intentos fracasados por superar el problema, confirman su incapacidad y debilitan la autoestima. Es posible que se vea como una persona poco útil, tonta o loca, llegando a dudar de sus propias ideas y percepciones. (Ravazzola, 1997; Martínez, et. al., 1997).

En la dimensión conductual, tiende al aislamiento y a ocultar al entorno, lo que vive en su relación de pareja. Suele tener conductas temerosas y evitativas y expresa dependencia y sumisión respecto de su pareja. Al mismo tiempo, mantiene diversas conductas de apoyo, cuidado y protección hacia su marido. Su comportamiento puede aparecer contradictorio, en el sentido que en éste se expresan sus ambivalencias en torno a su pareja y a la relación.

El abuso crónico genera que la persona pierda la confianza en sus propias percepciones, por lo que le dificulta excesivamente tomar decisiones, aún aquellas del ámbito más cotidiano y doméstico. Parálisis de la iniciativa.

A nivel Sintomático lo más frecuente es encontrar Depresión (abierta o larvada). Las personas que viven violencia se sienten prisioneras entre la agresión y la impotencia, es en este contexto que emerge la depresión. Por otra parte es frecuente el aumento del consumo de alcohol y drogas, como parte de las conductas autodestructivas o como parte de las conductas anestesiadoras.

Otra gama sintomatológica presente la constituye la sintomatología de stress post-traumático, cuyos componentes principales son la tendencia a volver a experimentar el trauma expresado en pensamientos recurrentes, sueños e imágenes y sentimientos que aparecen en forma súbita; pérdida de interés por el mundo externo, por las actividades, sentir a las personas como extraños, inexpresividad afectiva; estado de hipervigilancia, trastornos del sueño, dificultad de concentración y memoria, conductas evitativas, etc.

Caracterización del hombre que ejerce Violencia Conyugal

Graciela Ferreira, pionera en la investigación y desarrollo del tema en Latinoamérica, señala que fue en la década de los setenta en que comienzan a hacerse las primeras investigaciones científicas sobre el hombre que ejerce violencia en su familia.

No existe un perfil típico del hombre que ejerce violencia conyugal, sin embargo, diversos autores han podido identificar características particulares que contribuyen a describir cómo se va organizando su comportamiento y cuáles son los mecanismos que les permiten mantener su posición.

En general hay acuerdo en que el agente de violencia puede pertenecer a cualquier nivel socioeconómico y que a medida que se asciende en la escala social se visualizan mayores trabas para identificarlo. Del mismo modo, no habría diferencias en términos de edad, ocupación ni raza. (Ferreira, G., 1989, 1992; Corsi, J., 1992); Deborah Sinclair en 1985, da una descripción del perfil psicológico del hombre que ejerce violencia, el que será empleado como eje descriptivo de las investigaciones revisadas. Incluye las siguientes características:

a) Negación: Muchos hombres no creen que ellos son el problema, tendiendo a minimizar su acción y las consecuencias de ella. A través de la negación, el hombre intenta eludir la responsabilidad que le cabe y así desligarse de las acciones necesarias para superar sus dificultades. Al respecto, opiniones similares encontramos en Corsi, J., 1992; Ferreira, G., 1989 y 1992; Cáceres, A., Martínez, V. y Rivera, D.

b) Externalización de la responsabilidad: Es frecuente encontrar cómo el hombre que ejerce violencia conyugal atribuye la responsabilidad a fuerzas externas, formando extensas listas de razones tendientes a justificar su comportamiento. (Azocar, M., Kursmanic, V., Lucar, A. 1991)

c) Miedos de dependencia: la mayoría de los hombres violentos están aterrados de perder a sus esposas. Generalmente reprimen el miedo a perder a su pareja, percibiéndola a ella, como causante del hecho de sentirse fácilmente amenazados por las influencias externas. (Bernard y bernard, 1984, en Azocar, M., Kursmanic, V., Lucar, A. 1991).

d) Internalización de un modelo masculino tradicional: en principio diremos que un modelo tradicional de masculinidad posee dos características generales: una situación social de privilegio del hombre por sobre la mujer, en los ámbitos políticos, jurídicos, económicos, psicológicos, culturales, etc. Y por otra parte, los mitos de superioridad del hombre en muchos o en todos los aspectos; biológico, intelectual, sexual y emocional. (Gissi 1987)

e) Expresión inadecuada de emociones: La mayor parte de los miedos y ansiedades son enmascarados con la expresión de rabia o enfado, como emociones tradicionalmente aceptados en el comportamiento masculino.(Azocar, M., Kursmanic, V., Lucar, A. 1991).

f) Aislamiento: Para el hombre que agrede a su pareja, el aislamiento social tiende a ser una imposición a sí mismo, pues percibe el entorno social más próximo como una amenaza a su necesidad de ejercer control sobre su pareja. (Corsi, J. 1992; Ferreira, G., 1989; Cáceres, A., Martínez, V. y Rivera, D.).

g) Pobre control de impulsos: Para muchos hombres el hecho de experimentar ciertos sentimientos considerados por él como negativos, es suficiente para llevar a cabo un acto violento (Bacigalupe, G. 1992).

h) Experiencias infantiles de violencia: Los estudios señalan que el 81% de los hombres agentes de violencia conyugal, han experimentado alguna forma de violencia en sus familias de origen. Otras cifras indican un 62% para hombres agresores. (SERNAM 1992).

i) Baja autoestima: Ignora sus resentimientos y generaliza los sentimientos de impotencia en su vida. Experimenta sentimientos de inadecuación personal y social (Ferreira, G., 1992; Corsi, J. 1992).

El objetivo en un hombre que agrede no es satisfacer algún tipo de necesidad sádica o enferma, que proporcione placer a través del sometimiento del otro, sino emplear un recurso definitivo que le permita instaurar o mantener el poder en la relación. Se estima que menos del 10% de los hombres que ejercen violencia en su familia sufre algún tipo de trastornos psicopatológicos (Ferreira 1989, 1992; Corsi, J. 1992).

La exagerada expresión de celos y el alto consumo de alcohol por parte de los varones agresores, son características comunes. (Azocar, M., Kursmanic, V., Lucar, A. 1991).

Se han identificado factores riesgo que podrían incidir en el comportamiento agresivo masculino, que si bien no causan la violencia tienen incidencia en su aparición y mantención. En definitiva pueden favorecer la emergencia de conductas violentas. (Larraín, S., 1993).


Estos son:

* Inestabilidad laboral o cesantía, alcoholismo, hacinamiento, violencia en la familia de origen.
Corsi, agrega la drogadicción; embarazos no deseados; aislamiento social y situaciones de pérdida. (Corsi, J., 1992).
Síntesis de características en la mujer y el hombre que viven violencia
En la mujer
- miedo, que muchas veces inmoviliza en la situación
- sentimientos de indefensión
- baja autoestima y desvalorización
- minimización del abuso
- aislamiento, por sentimientos de vergüenza, miedo o por control
- internalización de la culpa, justifica el castigo
- internalización de la agresión, lo que la vuelve más vulnerable al abuso
- ambivalencia, una parte de ella quiere terminar con esta relación, al mismo tiempo que se siente ligada a su pareja
- esperanza de que el otro (pareja), cambie
- aumenta consumo de alcohol y drogas
- sintomatología del stress post-traumático

En el hombre
- negación o minimización de la violencia
- externalización de la responsabilidad, lo “provocan”, debe ser contenido, el alcohol, el estrés, el trabajo, etc
- controla a su pareja porque teme ser abandonado, teme a la dependencia
- sus propias sensaciones (necesidades) son centrales para él
- aislamiento emocional
- expresión inadecuada de sus emociones
- dificultad para tolerar y resolver conflictos, pobre control de impulsos
- baja autoestima, con profundos sentimientos de inseguridad personal
- conductas disociadas en el mundo público y privado
- falta de conciencia del problema


DINÁMICA DE LA RELACIÓN ABUSIVA


El ciclo de la violencia conyugal

Una de las principales características de la violencia conyugal es su naturaleza cíclica, ésta fue descrita por Eleonor Walker en 1979, quien pudo observar la violencia en la pareja como un proceso, en el que ciertas etapas se suceden en el tiempo con un determinado orden.

Esta observación ha sido muy importante en la comprensión del fenómeno y útil en su abordaje. A continuación se expone una descripción del Ciclo de Violencia.


Fase 1: Estadio de acumulación de tensiones

Este es el período que antecede una crisis o un episodio agudo de violencia. Su extensión varía en cada pareja, pudiendo a veces prolongarse por mucho tiempo, por lo que puede invisibilizarse como etapa.

Esta fase se caracteriza por la ocurrencia de una serie de agresiones “menores” en un contexto en el que mientras aumenta la tensión, la mujer intenta controlar y manejar la situación a través de los recursos que posee, que ha aprendido y que antes le han servido. De este modo, acepta los abusos como una forma de bajar la tensión, evitando que su pareja explote. Todas sus conductas están centradas en evitar una crisis mayor, por lo que poco se conecta o presta atención a lo que a ella le está pasando, su rabia, impotencia o dolor. Tiende a minimizar y justificar las agresiones, atribuyéndolas a factores externos, los que intenta controlar al máximo. Intenta soportar las agresiones, con la creencia de que esto es lo mejor que puede hacer, ya que ha aprendido que no podrá evitar que se suceda el resto del ciclo. (Martínez, et.al., 1997).

El hombre que ejerce violencia, por un lado, porque la mujer se hace cargo de manejar la tensión, y por otro, porque las ideas y estructuras legitiman el uso de la violencia, no intenta controlarse. Tiene cierta conciencia de lo inapropiado de su conducta, lo que lo inseguriza aun más respecto a su mujer, aumentando su temor a ser abandonado, lo que refuerza sus conductas opresivas, posesivas y sus celos, entonces utilizará la fuerza para mantener a la mujer a su lado.


Fase 2: Crisis o episodio agudo

Corresponde al momento en que termina la fase de acumulación de tensiones, y se caracteriza por la descarga incontrolada de las mismas. Se produce una pérdida de control en las agresiones y un nivel de destrucción que diferencian a esta fase de los episodios menores ocurridos en la fase anterior.

En la mujer existiría tal ansiedad y terror ante la aproximación de una crisis, que se ha planteado que sabiendo que con el episodio agudo, llegará la calma, puede preferir entrar en esta segunda fase, propiciando, tal vez inconscientemente, su desenlace. De esta manera, logra tener algún sentido de control sobre la situación. La anticipación de la crisis se acompaña en las mujeres, de sintomatología ansiosa y psicosomática (insomnio, inapetencia, cefaleas, presión alta, etc.).

Durante el episodio, en las mujeres prima la sensación de que es inútil resistirse o tratar de escapar a las agresiones, en general sienten que no está en sus manos detener la conducta fuera de control de su pareja, optando por no ofrecer resistencia. Un mecanismo presente para sobrevivir el horror es la disociación, a través de éste, las mujeres sienten como si no fueran ellas mismas quienes están recibiendo el ataque.

En el hombre prevalecen sentimientos de intensa rabia y descontrol. No está claro que es lo que los detiene finalmente, pero no parece tener que ver con lo que haga o no haga la mujer. En este sentido defenderse, quedarse quiete y aguantar, gritar o llorar, pueden indistintamente exponer a la mujer a una mayor agresión.

Cuando finaliza el episodio, suele haber un estado de shock, el que se caracteriza por la negación e incredulidad de que esto haya realmente ocurrido. Luego, es frecuente encontrar sintomatología de estrés post-traumático (miedo, angustia, depresión, sentimientos de desamparo, entre otros). En general, el buscar ayuda ocurre días después, a menos que hayan lesiones más graves. El sentimiento que acompaña la petición de ayuda suele ser de desesperanza y es muy esperable encontrar ambivalencias tanto en lo que la mujer desea, como en las acciones que realiza para lograrlo. Esto se relaciona con distintos aspectos, por un lado su vinculación afectiva con su pareja, por otro lado, su esperanza de que no hayan nuevos episodios, está también el miedo de que sus acciones se vuelvan en su contra y finalmente, la entrada en la tercera fase del ciclo, que pasamos a describir.

Fase 3: Conducta arrepentida o luna de miel


Esta etapa se caracteriza por el arrepentimiento, la demostración de afecto y las promesas de cambio. El hombre intenta reparar el daño inflingido. La tensión acumulada y descargada en las fases anteriores ya no está presente, siendo este un momento muy deseado por ambos miembros de la pareja.

En el caso de la mujer, existe una fuerte necesidad de creer que no volverá a ser maltratada, que su pareja realmente ha cambiado, como lo demuestra con sus conductas cariñosas, arrepentidas y reparatorias. Comienza entonces a idealizar este aspecto de la relación, reforzada además por la creencia de que todo es superable con amor y que esto también depende de ella, de su apoyo incondicional a su pareja. Aparece entonces, una percepción de si mismas como refugio y salvación de sus maridos.

El hombre, por su parte, dedica gran energía en convencer a su pareja de que todo va a cambiar, en buscar aliados en el entorno más cercano, para recuperar a su mujer. Pueden buscar ayuda ante la amenaza o el hecho concreto del abandono de su pareja.

Los actores del contexto se vuelven más presentes en esta etapa, en la que hay una mayor apertura al entorno. Estos pueden reforzar el circuito, a través de acciones o ideas que tienden a mantener la homeostasis, como recordarle a la mujer que debe “poner de su parte” o las consecuencias negativas que tendrá para él o ella una denuncia. Sin embargo, esta fase es también una oportunidad de entrada en el sistema, especialmente si los agentes que intervienen en la violencia están concientes de la ambivalencia que caracteriza estas relaciones, en las que coexisten sentimientos de apego y de rabia, de esperanza y desesperanza, etc.


Escalada de violencia

Este es un concepto complementario al de ciclo de violencia y se ha descrito como “un proceso de ascenso paulatino de la intensidad y duración de la agresión en cada ciclo consecutivo” (Walker,E., y otros en Martínez, et.al., 1997).

Se observa, en general, una tendencia al aumento de la gravedad de la violencia en el transcurso del tiempo. Se ha descrito también una relación, entre la escalada de violencia y la aparición sucesiva de las distintas manifestaciones de violencia, siendo frecuentes en el inicio de la relación de violencia las manifestaciones de índole psicológica, incorporándose progresivamente el abuso físico y económico y por último, se considera indicador de mayor gravedad y riesgos, la aparición de violencia sexual.

Este concepto es especialmente útil en términos de diagnóstico y pronóstico, al respecto, mientras más precoz es la intervención, es decir mientras menor es la intensidad de la escalada, menos son los riesgos y mejores las posibilidades que tiene la intervención. (Martínez, V.et. al.,1997).


Complementariedad y simetría en la relación de violencia

Desde la perspectiva relacional, los autores Perrone y Nannini (1997), han planteado sobre la base de la observación de ciertas recurrencias que aparecen en las relaciones abusivas, que la violencia no sería un fenómeno azaroso o indiscriminado, sino por el contrario tomaría dos formas definidas: la violencia agresión y la violencia castigo, hemos tomado algunas ideas acerca de éstas para mirar las relaciones de violencia conyugal.

La violencia agresión, surge en relaciones de tipo simétrico y se caracteriza por agresiones mutuas o cruzadas y una escalada en la que cada uno tiene que restablecer su status de poder y fuerza frente al otro, de manera que se puede observar una verdadera guerra entre los miembros de la pareja, dinámica que se automantiene en la medida que cuando uno de los dos “vence” al otro, la pareja queda en un desequilibrio intolerable que se restablece con una alternancia en las posiciones.

Perrone y Nannini observan que se produce en estas relaciones la llamada “pausa complementaria”, en la que el que agredió, pide perdón, pasando a una posición baja y atendiendo a quien sufrió la agresión, quien está dispuesto a aceptar esto, viviendo así el momento de reconciliación o luna de miel, que permite que el juego pueda continuar infinitamente.

De acuerdo con estos autores, la pausa complementaria sería uno de los momentos en los que estos sistemas suelen consultar o buscar ayuda, desde la incongruencia que representan los episodios de violencia. Sin embargo, es posible observar que el período de reconciliación restablece el equilibrio llevando a la pareja a sentir que ya no necesita ayuda, en el contexto además que ninguno de los dos está dispuesto a dejar la guerra.

La violencia castigo, por otro lado, se da en relaciones de tipo complementario, que se organizan en función de la desigualdad, por lo que este tipo de violencia es unidireccional y se da en un contexto privado, en el que uno de los miembros de la pareja “se define como existencialmente superior al otro, y éste por lo general lo acepta”. Quien ejerce la violencia, tiene la percepción de que su pareja se merece el castigo pues comete faltas, o no logra cumplir con sus expectativas. La relación se define con una diferencia de poder tan grande, que quien está en la posición baja no tiene más alternativas que someterse al otro.

Los autores agregan además, que en este tipo de violencia, a diferencia de la violencia agresión, no hay pausa, y toma una forma privada y secreta, quedando la pareja muy aislada del exterior. Quien sufre el castigo tiene una autoestima muy deteriorada, presentando un trastorno de la identidad y “su sentimiento de deuda respecto de quien lo castiga lo lleva a justificar los golpes y sufrirlos sin decir nada.” Quien castiga, por su parte, presenta rigidez y carece de empatía respecto del otro, orientándose a rectificar en éste todo lo que se aleja de su imagen de mundo. (Perrone y Nannini, 1997).

La etapa de reconciliación en este tipo de relaciones, pasa por la aceptación del castigo por parte de la persona agredida y la compasión de quien ejerce la violencia por la doblegación de su pareja, su dolor y humillación, y se entrelaza con la concepción generalmente compartida, de que “esto”, no sería necesario si la persona castigada fuera como debe ser. Algunas verbalizaciones como “me obligas a golpearte” o “es que yo sé que a él no le gusta que lo contradigan...”, como justificaciones de la violencia, son comunes en este tipo de parejas.

Cabe mencionar por último respecto a este punto, que por la baja conciencia de la violencia, por la gran desigualdad de poder que deja en profunda indefensión a la mujer agredida, por los daños a nivel de identidad y autoestima y por el consenso que estas parejas mantienen respecto a la definición de sus posiciones, se trata de relaciones graves y con difícil pronóstico, que suelen generar angustia, confusión y frustración en los equipos que intervienen en la violencia.




Bibliografía


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Este documento fue elaborado por Valentina Martínez, Terapeuta Familiar, y de Pareja, Magíster© en Psicología Clínica en Familia y Pareja de la UDP, Carla Crempien, Psicóloga, Terapeuta Familiar y Cristian Walker, Psicólogo, para las Jornadas Nacionales de Capacitación de los equipos de atención en Violencia Intrafamiliar, impulsada por el Servicio Nacional de la Mujer, Santiago 2002.

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