2008/06/02
Estudios - Psicólogos norteamericanos sostienen que los celos tienen origen genético
Según un grupo de psicólogos evolucionistas, los celos empezaron a “evolucionar” en la llanura africana hace más o menos un millón de años. En la sabana, la vida no era un lecho de rosas y los hombres debían cuidarse constantemente de que sus mujeres no les metieran los cuernos, no fuera a ser que tuvieran que cederles sus alimentos y pertenencias a la prole de otros machos. Las mujeres tenían otras cosas de qué preocuparse, entre ellas, que siempre hubiera algo para comer. Seguramente les molestaba que sus maridos “anduvieran de trampa” a la orilla de la laguna o bajo los arbustos, pero la verdadera amenaza no era que les fueran infieles sino que se enamoraran de otra mujer: ¿quién se ocuparía, entonces, de traer comida al campamento?
Esta es la teoría de un grupo de psicólogos evolucionistas que, en los últimos diez años, se dedicó a trasladar la teoría de Darwin a otros campos de investigación, entre ellos, la relación entre los sexos. Según ellos, por las diferentes presiones a las que estaban sometidos en su lucha por la supervivencia, el cerebro de las mujeres y los hombres modernos está programados para responder de manera diferente a la infidelidad. A los hombres les provoca más celos la infidelidad sexual, una estrategia que funcionó muy bien en la Edad de Piedra ya que promovió el éxito reproductivo. Las mujeres, en cambio, se sienten más afectadas por la traición emocional, que podría dejarlas sin marido y, de alguna forma, sin recursos.
Este es, sin dudas, un argumento atractivo que, además, está respaldado por varios estudios sobre las diferencias sexuales, muchos de ellos, firmados por el doctor David Buss (www.davidbuss.com), un psicólogo evolucionista de la Universidad de Texas, EE.UU.. “Los hombres y las mujeres son igualmente celosos, pero los acontecimientos de la vida cotidiana disparan sus celos de manera diferente”, escribió el doctor Buss en su libro “La pasión peligrosa: ¿por qué los celos son tan necesarios como el amor y el odio?” Pero otros académicos no están tan convencidos y sostienen que es mucho más probable que las diferencias entre hombres y mujeres (como la tendencia de los hombres a la poligamia y de las mujeres a la monogamia) sean producto de la cultura y no de la evolución.
Pero hay otras investigaciones recientes que adoptan un enfoque diferente. No niegan que la evolución desempeñe un papel importante en la formación del comportamiento humano, pero sí cuestionan la evidencia reunida por Buss y otros científicos sobre la noción de que los celos evolucionaron de manera diferente en el caso de los hombres y de las mujeres. En una investigación, que se publicará en la edición de noviembre del “Journal of Personality and Social Psychology” (http://www.apa.org/journals/psp.html), un grupo de investigadores encabezados por el doctor David DeSteno, de la Northeastern University de los EE.UU., asegura que la diferencia revelada en muchos estudios de celos realizados por los psicólogos evolucionistas es errónea.
Estos investigadores sugieren que, en lugar de representar un mecanismo psicológico para promover la reproducción, los celos podrían haber evolucionado en forma diferente en cada sexo con objetivos más generales, como, por ejemplo, proteger los vínculos sociales de una especie muy social. DeSteno y sus colegas dicen que el problema de muchos de los estudios realizados por Buss y otros investigadores es que usan la misma técnica: le piden a los participantes que recuerden una relación seria que hayan tenido, que tienen actualmente o que les gustaría tener; luego, se les ofrecen dos alternativas de infidelidad (una sexual y otra emocional) y se les pregunta cuál los afecta más. Las mujeres suelen elegir la infidelidad emocional.
Pero DeSteno y su equipo realizaron sus propios estudios y emplearon otros métodos para medir los celos. Por ejemplo, en vez de pedir a los encuestados que optaran entre sufrir una infidelidad sexual o una infidelidad emocional, pidieron a más de cien estudiantes universitarios que calificaran, con números entre 1 y 7, cuánto los afectaría uno y otro tipo de infidelidad. Los investigadores dicen que, cuando aplicaron este y otros métodos menos directos, la brecha entre hombres y mujeres desapareció: ambos dijeron que los afectaba más la infidelidad sexual. Sin embargo, la doctora Christine Harris, de la Universidad de San Diego, dice que DeSteno identificó sólo uno de los muchos errores que habitualmente cometen quienes estudian la evolución de los celos en ambos sexos.
“Los resultados de esas investigaciones son problemáticos, ya que descubren un mecanismo evolutivo que opera, si no en todos, en la mayoría de los seres humanos, mientras que los resultados son compatibles con la idea de que la cultura influye en las respuestas celosas de hombres y mujeres”, dijo Harris, quien también cuestionó otra investigación, firmada por los doctores Martin Daly y Margo Wilson de la Universidad McMasters de Ontario, Canadá, según quienes “los hombres tienen más probabilidades que las mujeres de matar a sus cónyuges por celos sexuales”. No es que Harris no coincida, pero no adhiere sin matices: “Los hombres tienen más probabilidades de perpetrar crímenes violentos en todas sus formas”, replica.
Cuando se analiza la proporción de homicidios cometidos por celos, y no el volumen absoluto de este tipo de actos criminales, las mujeres tienen las mismas probabilidades que los hombres de matar por celos. Es muy probable que esta clase de argumentos no terminen con el debate continuo sobre el papel que ha jugado (y sigue jugando) la evolución en los campos de la pasión y los celos. El evolucionista doctor Buss sigue defendiendo su teoría: “La gente siempre se resiste a la evolución, pero la psicología está atravesando una revolución científica y eso implica negaciones y cambios. Llevó 400 años que la iglesia católica perdonara al inocente Galileo. ¿Es probable que comprender esto lleve aún más? No lo sé, pero sí estoy seguro que va a suceder”.
© The New York Times
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